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jueves, 25 de octubre de 2012

Mis "osos" en el cine

LlorandoUna de las cosas que siempre me ha impacto son las películas que logran armar una gran historia con los personajes indicados y  que consiguen crear una emoción, que no se percibe sino hasta el final de la película, ya  cuando sientes los ojos inundados.
Hay varias cosas por las que uno no hace evidente su llanto, porque les aseguro que sino nos juzgarán habría funciones en las que se escucharía el llanto más que la banda sonora. Una de ellas es el típico:
–¿A poco estás llorando?
Y uno responde:
–No, para nada
Como si la respuesta negativa nos salvase de que la gente pudiera pensar que somos unos cursis.
Después de que ya te cortan el sentimiento -lo que menos te imaginas es que vas a llorar viendo una “pelí”-, descubres que ¡no llevas pañuelo alguno! Es lo peor. Porque entre lágrimas, mocos, tu sentimiento de impotencia por el personaje y la cara de alteración de tu compañero de la butaca de al lado, descubre que ¡no llevas con que limpiar la evidencia del llanto! Así que, discretamente, te secas las lágrimas como puedes y con lo que encuentras a mano e imitas un suspiro que esperas desaparezca al monstruo verde-gris-transparente que estaba a punto de emerger.
Pasada la tormenta, viene casi el final donde usualmente pasa una de dos: llega la liberación del personaje a tanto sufrimiento o el amor imposible se consolida con un beso de amor. Todo hasta ahí es dicha, te liberas de tus emociones, pues la energía del llanto contenido y el sentimiento que liberas con el final feliz, hace que tu vida cobre otro sentido y te repites a ti mismo: “Sí él o ella pudo, todo es posible”.
Entonces sales como un triunfador, sintiéndote el protagonista del filme, vas al baño, todo increíble, y en el momento en el que te miras en el espejo descubres algo:
–¡El espejo!, ¡no puede ser! ¡Tengo la cara hinchada y estoy lo más chorreada!
Las mujeres de un lado, que por lo regular llevan sus mejores trapos, para conquistar al novio que las invito al cine, te ven con cara de: -¿Y ésta?
La verdad no es que seamos cursis, lo que sucede es que creamos empatía con él o los personajes. Además de que la música, la trama y el ambiente del decorado son una trampa perfecta para que nos sintamos responsables de saber lo que les va a pasar a los protagonistas y no les pudimos decir, o sentimos que pasamos por esas situaciones y nos proyectamos.
Moraleja, siempre hay que ir a cine con un cacho de papel higiénico y con un toque de: “Si es lo que siento ¿Qué me importa que me digan cursi?”. Así disfruto yo el cine.

Twitter: @jimenaladu

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