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martes, 5 de junio de 2012

David Cronenberg y sus alucinaciones, no favoritos en Cannes

La primera vez que conocí una pelí de David Cronenberg fue con El almuerzo desnudo (1991) basada en la novela de William S. Burroughs. Así que el primer acercamiento a él fue, por así decirlo, un encanto, pues para empezar el argumento era totalmente innovador. William S. Burroughs pertenece a la generación beat. Corriente literaria, sin la cuál la contracultura no hubiera sido posible y la psicodelia no existiría. Los beat surgen en los años cincuenta, entre sus autores más destacados se encuentra Allen Ginsberg con Howl (1956), En el camino (1957) de Jack Kerouac y El almuerzo al desnudo (1959) de William S. Burroughs.

Los beatniks rechazan los valores estadounidenses clásicos, proclamaban el uso de drogas, libertad sexual y el estudio de la filosofía oriental. Presentaban un gusto ecléctico por los fenómenos místicos, ocultos y mágicos. Allen Ginsberg profesaba la búsqueda de Dios en sus poemas, antes de que él mismo descubriera el zen y las tradiciones místicas de oriente. Y todo esto, porque de una u otra forma, el gusto de Cronenberg por los beat, define la personalidad de su cine.

Nada más visual y alucinante que El almuerzo al desnudo, ya que para construir una historia lineal en el cine, no es nada fácil entroncar alucinaciones irreales en ésta. Cronenberg crea un lenguaje propio en donde lo absurdo es el hilo conductor, de una manera horrorosa y transgresora. Por ejemplo, para Woody Allen el golpe dramático en sus guiones está marcado por el absurdo, pero desde la trinchera de lo mágico. Cronenberg, por su parte, siempre se apega al horror corporal y a la ciencia ficción, característica de los años ochenta y principio de los noventa.

En el trabajo ochentero de Cronenberg encontramos películas como: Telépatas, mentes destructoras (1981), Videodrome (1983) y Zona muerta (1983) en las que muestra una reflexión distopíca de como la sociedad ha entrado a una era en el que la ciencia o los avances tecnológicos y científicos pueden causar daños terroríficos y alucinantes a ciertos individuos. Con La mosca (1986) se consolida junto con John Carpenter (La cosa de otro mundo, 1982) y Wes Craven (Pesadilla en la calle del infierno, 1984) como los creadores de cine de horror contemporáneo.

La única vez que Cronenberg ha ganado una Palma de Cannes fue por Crash (1996), premio especial del jurado. No obstante, es un realizador con una capacidad innovadora. En los años ochenta se caracterizó por el terror psicológico de la ciencia ficción, inundando la pantalla de monstruos asquerosos y enfermedades que trastornaban, no sólo al personaje, sino al espectador. Con tramas pesadas, en donde parece no haber fin a todo esa podredumbre de los miedos más profundos, fantásticos e inimaginables. Siempre construyó una atmósfera perfecta para sumergirnos en mundos suburbanos ajenos a la realidad social, donde retrataban ciudades futuristas al estilo de Brasil (1985) y 12 monos (1995), ambas de Terry Gilliam.

Ahora es un asunto diferente, Cronenberg, al parecer decidió renovarse y no morir como un charlatán del celuloide, y eso pocos lo logran. Su nueva etapa como cineasta, desde mi punto de vista comenzó con Una historia violenta en el 2005, a ésta le siguen, Promesas peligrosas (2007), Método peligroso (2011) y su última película Cosmopolis (2012), por la que concurso en la competencia oficial de Cannes.

En sus últimos trabajos, vemos a un realizador más preocupado por las contradicciones humanas y los horrores emocionales, que viven dentro sus personajes, ya sea porque llevan una vida oculta, como sucede con los personajes de Una historia violenta, Promesas peligrosas y Un Método peligroso.
Los monstruos dejan de ser representados por seres fantásticos y asquerosos o enfermedades inexplicables, ahora son los demonios internos de los personajes: mentiras, vidas ocultas, perversiones, etc. En sus películas ochenteras e incluso noventeras, el hombre es víctima de las alucinaciones científicas o errores físicos y/o químicos.

Ahora la visión cambia totalmente, el hombre es quien destruye al hombre, dejando de lado, la visión romántica en la que la ciencia era la culpable de las catástrofes de la humanidad y asume una postura existencialista y liberal, que en los años setenta causó censura y polaridad en la sociedad: los seres humanos disfrutamos de la violencia y disfrutamos violentándonos los unos a los otros, sin importarnos los sentimientos de los demás, para muestra: Perros de Paja (1971), Rollerball (1975), Naranja mecánica (1971), El imperio de los sentidos (1976), El último tango en París (1972).

Cronenberg no necesita la palma de oro. Ahora falta ver Cosmópolis, su nuevo filme, con el que retoma, sus obsesiones recurrentes: las alucinaciones y los mundos alternos futuristas, no muy lejanos a una realidad constante. Por cierto, Carlos Reygadas en esta ocasión ganó como mejor director con Post Tenebras Lux (2012) la Palma de Oro en Cannes. Habrá que ver si es original y merecía premio o es un caso parecido al de Luz silenciosa (2007), una copia indirecta de Ordete (1955) de Carl Theodore Dreyer.

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